Cultura

La melancolía del turista, una obra donde los objetos nos hablan de tiempos perdidos

Omar Páramo / Francisco Medina

¿Cuántos recuerdos caben en una fotografía, en una carta o en un recorte de revista?, ésta es la pregunta que Shaday Larios y Jomi Oligor se han hecho innúmeras veces y a la cual han intentado responder en la obra teatral La melancolía del turista, que se presentará durante diciembre y enero en el Museo Universitario del Chopo y en donde las historias son contadas no por personas, sino por los souvenirs típicos de vacaciones, aquellos que desde un marco con ribetes de óxido, una vitrina con polvo o un álbum amarillento nos hablan de momentos fugaces y paraísos perdidos.

 

“Podríamos llamarnos creadores, investigadores quizá, pero no nos gusta describirnos como actores”, señala Jomi Oligor, quien explica que lo que ellos hacen se llama teatro de objetos, una forma de experimentación escénica emparentada con los espectáculos de marionetas, aunque ellos no tratan a las cosas como si fueran algo que por ensalmo cobrara vida, o con consciencia de sí. “Las respetamos por lo que son, por su valor documental y función”.

 

Aquí una tarjeta postal es justo eso, una tarjeta —agrega Shaday Larios—, con todo aquello que representa su frente y anverso, su membrete, lo que alguien manuscribió en ella, su matasellos y lo que revelan las mellas y arañazos acumulados de años, “algo que ya no vemos en las imágenes digitales con las que tapizamos nuestras redes. Hay dimensiones sólo evidentes a través de lo análogo, en el cómo lo que alguna vez fue colorido se va tornando sepia”.

 

A diferencia de la mayoría de las obras teatrales presentadas a últimas fechas en el Museo del Chopo, La melancolía del turista es una excepción, pues no le apuesta a las nuevas tecnologías, computadoras o recursos virtuales, sino a materiales tangibles que remiten a tiempos idos. “Eso se debe a que los dos pertenecemos a una generación que creció sin internet y que hoy ve cómo una serie de objetos tan presentes en nuestras infancias (cartas de sobre y timbre, telegramas, máquinas de escribir o teléfonos de disco) están desapareciendo y, con el vacío que dejan, crean nostalgias”.

 

A fin de propiciar este cúmulo de sensaciones, la pareja ha decidido hacer de este espectáculo una experiencia íntima, de ésas sólo posibles cuando el público es poco y mira de cerca. Jomi Oligor calcula que para lograr esto “el número ideal de concurrentes es 30, por las dimensiones de lo mostrado en escena. Esta pieza no se comprendería en auditorios grandes, de la misma manera que no se entendería una confesión de amor entre el vaivén y el grito de las muchedumbres; hay dinámicas que exigen ciertos entornos”.

 

La suspensión de lo cotidiano

 

Mientras Juan Gabriel cantaba sobre los tristes recuerdos que le despertaba Acapulco, Humphrey Bogart le pedía a Ingrid Bergman en Casablanca recordar que, pese a todo, “siempre tendrán París”; esta extraña sintonía entre personajes de mundos tan distintos sólo se explica porque, no importa quien seas, los lugares significan por cómo los reconstruimos a partir de las memorias, indica Shaday.

 

Con base en esta premisa, los dos artistas recrean en escena —y a través de diversas memorabilias— dos destinos de veraneo famosos en las décadas de los 30 y los 50 que hoy ya no se parecen nada a lo que fueron, pero a los cuales es posible regresar gracias a una suerte de máquina del tiempo armada con objetos análogos, “pues los viajes pueden hacerse recorriendo kilómetros y también años”.

 

Escribía el filósofo Rafael Argullol que, si bien los viajeros buscan insertarse a profundidad y lentamente en el sitio al que van, el turismo procura “lo masivo, el aprovechamiento rápido, la depredación y el coleccionismo fácil y superficial del lugar”, lo cual, para Shaday Larios, es una metáfora de la modernidad y, por ello, en esta pieza decidieron ahondar sobre la figura del turista y lo que deja detrás.

 

“Las vacaciones son ese breve periodo en el que suspendemos la cotidianidad y buscamos que todo sea perfecto, a veces de manera artificiosa. Basta ver la infinidad de imágenes subidas a nuestro Instagram o Facebook, con tomas siempre cuidadas, filtros óptimos y sonrisas perfectas, para darnos cuenta de que, al realizar estas curadurías, nosotros nos volvemos turistas de nuestras vidas. También de este tipo de reflexiones va la obra”.

 

Atrapar la atención del auditorio a través de fotografías, miniaturas y mecanismos para, con ellos, traer de vuelta lugares enclavados en un tiempo que ya no existe es, para ambos creadores, el reto planteado por esta obra. “Nosotros estamos ahí, pero como una suerte de maestros de ceremonias; los objetos son los protagonistas y ellos mismos nos van revelando sus historias”, detalla Jomi Oligor.

 

Esto es también un relato de cómo nada es para siempre y de cómo sitios alguna vez emblemáticos que prometían felicidad sin límite hoy están en decadencia, agrega Shaday Larios. “Es justo este contraste entre lo que ya se fue, y lo que es hoy, lo que llama a la melancolía”.

 

La melancolía del turista se presentará en el Museo Universitario del Chopo los días 13, 14 y 15 de diciembre a las 20, 19 y 18 horas, respectivamente, y el 9 y 10 de enero, a las ocho de la noche, el sábado 11, a las siete, y el domingo 12, a las seis de la tarde. El costo del boleto es de 100 pesos y de 50 para estudiantes, profesores, tercera edad y comunidad UNAM.